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martes, 13 de febrero de 2024

La mujer obsesionada por un beso de Hitler

Fue uno de los momentos más curiosos vividos por el Führer nazi públicamente. Cuando nadie lo esperaba, Carla Lee de Vries lo sorprendió ante miles de personas. ¿Cómo reaccionó el tirano?

Informe de Marcelo García para Canal 26.

En 1936, cuando aún faltaban tres años para el comienzo de las acciones de la Segunda Guerra Mundial, los peores horrores perpetrados por el nazismo aún estaban por llegar. Fue cuando Adolf Hitler aprovechó la oportuna organización de los Juegos Olímpicos para dar ante el mundo una imagen que ciertamente le costaba mucho esfuerzo actuar. 

Entre el 1° y el 16 de agosto de aquel año la bandera con la Cruz Esvástica ondearía pacíficamente junto a la llama olímpica en el imponente estadio de Berlín, la capital de la Alemania nazi del Tercer Reich.

El Führer creyó que esa era la perfecta oportunidad que se le presentaba para recibir a miles de visitantes de todas partes del mundo y mostrarse abierto como nunca lo había hecho con anterioridad. 

El 15 de agosto, entre la inmensa multitud que se había congregado en el Estadio Olímpico de Berlín, estaban Carla Lee de Vries y su esposo George, una excéntrica pareja de estadounidenses, poderosos y acaudalados productores de leche de la localidad de Norwalk, en el estado de California, quienes disfrutaban de unos días de vacaciones por Europa.

Aquel día Carla preguntó a los guardias apostados en la tribuna principal si el Führer sería tan cortés de firmar su billete olímpico y dejar estampada su firma para la posteridad. Acompañada por un oficial de las SS y la casi planeada presencia de un camarógrafo asignado a la cobretura del evento deportivo, llegó frente a Hitler para lograr su cometido. El tirano de Alemania autografió el ticket y amablemente se lo devolvió, pero Carla Lee de Vries tenía otro plan.

Cuando nadie lo esperaba, se abalanzó sobre Hitler y trató no una sino dos veces de besar al dictador. Contra todo pronóstico, el Führer dio la insospechada sensación de disfrutar el momento aunque luego buscó sacarla de encima con una amplia sonrisa, en una escena casi adolescente y escolar. 

Al final de la curiosa e incómoda jornada, la Cancillería del Reich era un auténtico hervidero. Hitler ya no sonreía. Furioso, dispuso la reorganización completa y total de su aparato de seguridad. Algunos agentes fueron despedidos, otros degradados, mientras no pocos aseguran que varios fueron pasados por las armas.

Carla Lee de Vries murió en la ciudad de Los Ángeles el 3 de junio de 1985 a sus 92 años de edad. Se fue a la tumba guardando un íntimo y vailosísimo secreto. ¿Acaso había estado enamorada del temible y sanguinario Führer alemán? 

Es algo que ella jamás se atrevió a revelar.


Instagram: @marcelo.garcia.escritor

(Los temas publicados y los tags no expresan ideología política. Sólo investigación histórica)

Artículo original: https://www.canal26.com/historia/la-mujer-obsesionada-por-un-beso-de-hitler--364408

domingo, 26 de marzo de 2017

John F. Kennedy: "No hay evidencia completa de que el cuerpo que se encontró fuera de Hitler"

El ex presidente estadounidense John Kennedy, asesinado en Dallas en 1963, escribió en su diario personal las impresiones que le dejó la visita que hizo al bunker de Adolf Hitler en Berlín, tras un un viaje a Europa en 1945.



John Kennedy, ex primer mandatario de los Estados Unidos, escribió en su propio diario personal, las impresiones que le quedaron tras hacer una visita al destruído bunker de Adolf Hitler en la ciudad alemana de Berlín. El diario pone de manifiesto las dudas (y más que eso) de Kennedy sobre la posibilidad de que el Führer nazi efectivamente hubiese muerto o no. Esas reflexiones quedaron plasmadas en las páginas del diario que el entonces futuro presidente estadounidense escribió durante su viaje por Europa en 1945. Kennedy hizo una visita al bunker de Hitler ubicado debajo de la Cancillería del III Reich y escribió. "La habitación donde se supone que Hitler se encontró con su muerte mostró paredes calcinadas y rastros de fuego. Sin embargo, no hay evidencia completa de que el cuerpo que se encontró fuera de Hitler. (…) Los rusos dudan de que esté muerto", agregó.


Kennedy estaba fascinado con Hitler.

En esos mismo documentos, quien años más tarde fue presidente estadounidense también había confesado su fascinación por el líder alemán. "Se puede entender fácilmente cómo en pocos años, Hitler emergerá del odio que lo rodea en estos momentos y se convertirá en una de las figuras más valiosas que han existido", escribió Kennedy.
Y también señaló que "la ambición sin límites (de Hitler)" lo llevó a convertirse en una "amenaza para la paz mundial", pero el "misterio que rodea a su vida y su muerte continuará viviendo aún después de él". "[Hitler] cuenta con todos los elementos que conforman una leyenda", aseguró. Ante la polémica que suscitó ese comentario al tomar estado público recientemente, su exasistente, Deirdre Henderson, explicó que al hablar de "leyenda" el político se expresaba sobre el misterio que rodeaba a Hitler y no "del mal que causó al mundo".


NOTA RELACIONADA:
http://historiasladob.blogspot.com.ar/2013/05/john-f-kennedy-y-su-admiracion-por.html

Foto: John Fitzgerald Kennedy, 1962. AFP

domingo, 5 de abril de 2015

La Hiena de la Gestapo

¿Puede una heroína ser un monstruo? ¿Era Violette Morris lo primero o lo segundo? Aquí, la increíble historia de la "Hiena de la Gestapo", un personaje forjado a fuerza de dolor, desprecio, violencia y una inesperada oportunidad de ser alguien en la vida.

Violette Morris, "La Hiena de la Gestapo".


Nació en Francia el 18 de abril de 1893, y aunque haya dado la extraña sensación de ser un personaje de ficción, uno de esos que suelen verse en viejas películas del cine negro, Violette Morris fue un personaje real. Estremecedoramente real.
Hija menor de seis hermanos, pasó su adolescencia en la clausura del lúgubre convento de "L'Assomption de Huy" y -a pesar de reconocerse como lesbiana- una vez que pudo escapar de allí se casó con un hombre de apellido Gouraud en 1914. La vida no era sencilla para ella y la Primera Guerra Mundial la encontró en el frente francés como enfermera en la legendaria Batalla del Somme y como agente correo en la Batalla de Verdún, en donde también se destacaría como conductora de ambulancias entre bombas y disparos.
La contextura física, sus 68 kilogramos de peso y una altura de 1,66 metros le permitieron ser -además- una buena deportista, llegando a destacarse extrañamente para su época como jugadora de fútbol en el "Fémina Sports" entre 1917 y 1919, como así también en el "Olympique de París" desde 1920 y hasta 1926. Violette, así mismo, supo destacarse en levantamiento de pesas, boxeo, waterpolo y lanzamiento del disco, entre otras disciplinas. Su pasión por el riesgo, la aventura y la velocidad, también hicieron de ella una excelente conductora de motocicletas y autos veloces de su tiempo. Tras someterse a una pionera intervención por medio de la cual se hizo extirpar sus prominentes pechos, llegó a sostener que "lo que puede hacer un hombre, puede hacerlo Violette", la cual pasó a ser no sólo su frase de cabecera sino además su verdadera filosofía de vida.


Violette Morris, la deportista.


Tras su divorcio en 1923, Violette Morris comenzó a vestirse como un hombre, sin llegarle a importar las voces contrarias e hirientes que escuchaba a cada paso que se disponía a dar. Tras hacerse conocida, la Federación Olímpica Francesa le negaría el derecho a participar en los Juegos Olímpicos de 1928 representando a su país argumentando que ella era la viva representación de un atentado contra la moral pública. Sin embargo, no  todos eran incapaces de reconocerle virtudes y darle oportunidades y, así las cosas, en 1935 fue contactada por un agente nazi de la Sicherheitsdienst (la agencia de inteligencia dependiente de las SS nazis) para darle nuevo sentido a sus días. En 1936, tras ser invitada por el régimen de Hitler a los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín, pasó a ser muy considerada por los nazis, sobre todo por la valiosa información que solía aportar. ¿Venganza contra Francia? ¿resentimiento? ¿o simplemente un dolor inmanejable? tal vez un poco de cada cosa la llevaron a convertirse en una agente secreta tan temida como respetada, trabajando en pos de la victoria de Hitler en la Francia ocupada y siendo determinante a la hora de pasarle a los nazis información sobre la Línea Maginot, detalles técnicos sobre los tanques blindados franceses y los lugares desde donde operaba la resistencia en la ciudad de París. Gracias -en parte- a sus aportes, Hitler pudo ingresar triunfante en París en junio de 1940 para inmortalizarse poco después posando en una fotografía frente a la Torre Eiffel.
Violette Morris había caído rendida a los pies del nazismo y el nazismo, le daba -de manera inesperada-  su lugar en el mundo.


Violette Morris.


Su bravura y sus acciones legendarias le valieron ganarse el mote de "La Hiena de la Gestapo", infundiendo terror y respeto por partes iguales entre franceses y británicos, quienes la pusieron entre uno de sus principales objetivos. Winston Churchill, primer ministro británico, no dudaría un instante: había que eliminarla. La orden sería ejecutada por los franceses del "maquis de Surcouf", un importante movimiento de la resistencia francesa. El 26 de abril de 1944, era esperada por un pelotón oculto en la maleza mientras viajaba hacia la localidad de Beuzeville. La velocidad de su maltrecho Citroën le permitió escapar a las balas pero los francotiradores la aguardaron para cuando fuera la hora de su regreso. En esa oportunidad, los disparos dieron todos en el blanco.
Violette Morris murió, pero su increíble historia permanece como una de las más pintorescas y extrañas de la sanguinaria Segunda Guerra Mundial. Entre tanto, muchos se siguen preguntando ¿Puede una heroína ser un monstruo? ¿Era Violette Morris lo primero o lo segundo?

Tal vez alguien, algún día, lo dirá...


Marcelo García
Historias Lado B



martes, 28 de mayo de 2013

John F. Kennedy y su admiración por Adolf Hitler

John F. Kennedy, admirador de Adolf Hitler.


Dicen por allí que la vida te da sorpresas y en ésto, muchos de los grandes líderes de la historia de la humanidad, son verdaderos expertos. John Fitzgeral Kennedy, quien fuera presidente de los Estados Unidos de América y cayera ante las balas de quienes supuestamente se habían sentido tocados por su aparentemente firme oposición a las sociedades secretas y los grandes negociados desde la Casa Blanca, no ha sido la excepción.
Como casi siempre sule suceder, la imagen impoluta, inmaculada, progresista, respetuosa de las libertades y los derechos de la que han gozado muchos personajes históricos y que se nos "cuenta" desde la historia oficial también tiene...su Historia Lado B.

El gran demócrata norteamericano, ese mismo Kennedy que supo captar adeptos y admiradores incluso fuera de las fronteras norteamericanas, creyentes de sus ideales libertarios y de su clara postura en favor de los derechos universales, había realizado un largo viaje por Europa muchos años antes de pasar a la historia y ser una auténtica celebridad mundial. Entre 1937 y 1945, un veinteañero John Fitzgeral Kennedy recorrió de lado a lado el maltrecho continente europeo y pudo experimentar de primera mano cómo era la Europa en los días previos a la segunda guerra mundial y también aquellos en los que se tuvo que sufrir los golpes de la más cruenta contienda bélica vivida hasta ahora.

Kennedy dejó todo registrado en su diario personal y también plasmó sus pensamientos en un sinfín de cartas enviadas desde Europa, material que ha recuperado el escritor Oliver Lubrich en su libro (pronto a editarse en el momento de redactarse este post) "John Kennedy entre los alemanes. Diarios y cartas 1937-45". De todo el material recopilado de los archivos personales de Kennedy hay muchas cosas que llaman la atención pero ninguna como ciertas constancias sobre su profunda admiración hacia el nazismo imperante y hacia el nefasto Adolf Hitler. No faltan también las ponderaciones hacia Mussolini y el fascismo italiano, por supuesto. Sorprende ¿Sorprende?

Decía Kennedy en su diario personal en la página correspondiente al 3 de agosto de 1937: “Dormí mucho y con un Tour de American-Express llegué a Milán. Bella catedral, una de las más grandes del mundo. Leo a Gunther y llegué a la conclusión de que el fascismo es la cosa más justa para Alemania e Italia, el comunismo para Rusia y la democracia para los Estados Unidos de América”.
Y luego agregaba: “No existe duda de que estos dictadores en sus países, gracias a sus eficaces propagandas, son más amados que afuera” sin dudar un instante declarándose en esas mismas páginas como un "gran fanático de Hitler", según sus propias palabras.

Diarios privados de John F. Kennedy.


Si bien podría llegar a creerse (muy vagamente) que Kennedy "desconocía" algunas cosas que se daban en aquella sanguinaria Europa amenazada (y algo más) por los nazis (de hecho su padre había tenido muy buena relación con los jerarcas nazis del momento...), eso no puede decirse ya en las postrimerías de la segunda guerra mundial. Decía Kennedy en su diario llegando a mediados del año 1945:
“Todo está destruido. No existe un edificio que no esté incendiado. En algunas calles el olor de los cadáveres es terrible”. “La ilimitada ambición por su país lo volvió una amenaza el mundo. Sin embargo, tuvo algo misterioso en su modo de vivir y en su modo de morir, que lo sobrevivirá y crecerá. Tenía la pasta de la que están hechas las leyendas”.

Vamos de nuevo con sus palabras finales sobre Hitler: "Tenía la pasta de la que están hechas las leyendas”...

domingo, 10 de marzo de 2013

William Patrick Hitler y su carta a Franklin D. Roosevelt pidiéndole luchar contra su tío...

William Patrick Hitler y su madre.
 
 
William Patrick Hitler nació un 12 de marzo de 1911 en Liverpool, Reino Unido, en el seno de un hogar formado por Alois Hitler Jr. y su primera esposa, Bridget Dowling. Alois tenía un incómodo "privilegio": era el medio hermano de un tal Adolf Hitler y eso... fue un pesado lastre no sólo para él, sino también para su descendencia. Eso mismo pudo comprobarlo años después el propio William, apodado "Billy" y en algunas ocasiones también conocido por su círculo íntimo como "Paddy".

Alois regresó a Alemania en 1914 pero, como se había vuelto una persona violenta, Bridget decidió no seguirlo. Incapaz de restablecer contacto debido al estallido de la Primera Guerra Mundial, Alois abandonó a su familia, dejando a William al cuidado de su madre. Se volvió a casar en bigamia, pero restableció el contacto a mediados de los años 1920 cuando le escribió a Bridget pidiéndole que mandara a William de visita a Alemania, en plena República de Weimar. Finalmente acordó hacerlo en 1929, cuando William ya tenía 18 años de edad. Alois tuvo otro hijo con su esposa alemana Heinz Hitler, quien, en contraste con su medio hermano, se volvió un nacional-socialista comprometido y murió en cautiverio soviético durante la Segunda Guerra Mundial. (Fuente: Wikipedia)

William Patrick Hitler regresó a la Alemania nazi en 1933, en un intento de beneficiarse de la ascensión al poder de su tío. Éste le consiguió trabajo en un banco y en la fábrica de automóviles Opel después, para seguir posteriormente como vendedor de automóviles. Insatisfecho, William persistió en pedirle a su tío un mejor trabajo, y existieron rumores de que posiblemente chantajeó al líder nazi con la venta de historias vergonzosas sobre la familia Hitler a la prensa si no recibía un mejor trabajo (entre los rumores podría haber estado la bigamia de su padre). En 1938 Hitler le pidió a William que renunciara a su ciudadanía británica a cambio de un trabajo de alto rango. William sospechó que se trataba de una trampa y decidió huir del país. Después intentó extorsionar a Hitler con amenazas de decirle a la prensa que el presunto abuelo paterno de Hitler era en realidad un mercader judío emigrado a Austria. Al regresar a Londres escribió un artículo para la revista Look titulado "¿Por qué odio a mi tío?". En 1939, William y su madre fueron de gira de conferencias a los Estados Unidos, invitados por el magnate William Hearst, y se quedaron "atrapados" cuándo estalló la Segunda Guerra Mundial. (Fuente: Wikipedia)

William Patrick Hitler se esforzó por "separarse" de su nefasto tío Adolf.


Pero la vida de William Hitler iba a tomar un rumbo inesperado en 1944, cuando harto de todo el peso que significaba llevar el infame apellido, decidió que era hora de luchar contra... su mismísimo tío Adolf Hitler. Por eso decidió contactarse directamente con el presidente de los Estados Unidos, Franklib D. Roosevelt y solicitarle formalmente que le permita alistarse en las fuerzas armadas norteamericanas y quitarse, de alguna manera, la mancha del apellido aportando lo suyo por la causa de la "libertad" desde el bando aliado. Las cosas no eran tan sencillas y el FBI no perdió tiempo, dedicándole largas horas de trabajo en las sombras para investigar al Hitler que pretendía ponerse de su lado... (Les resultaba bastante incómodo tener a un Hitler defendiendo la causa de la libertad).

La carta que William Patrick Hitler le envió a Franklin D. Roosevelt decía lo siguiente:

Estimado Señor Presidente:

¿Puedo tomarme la libertad de interrumpir su valioso tiempo y el de su personal en la Casa Blanca? Consciente de los críticos días por los que atraviesa la Nación, sólo lo hago porque es la prerrogativa de su alto cargo la única que puede ayudarme en mi difícil y singular situación.

Permítame esbozar lo más brevemente posible mi problema, cuya solución podría lograrse fácilmente en caso de que usted se sienta movido a interceder por mí.

Soy el sobrino y único descendiente del mal afamado canciller y líder de Alemania, que hoy tan despóticamente intenta esclavizar a los pueblos libres y cristianos del mundo.

Bajo su magistral dirección, Señor Presidente, hombres de todos los credos y nacionalidades están librando una batalla desesperada para determinar, en última instancia, si finalmente sirven y viven en una sociedad ética en Dios o son esclavizados por un régimen diabólico y pagano.

En estos momentos todo el mundo debería hacerse la pregunta de qué causa está dispuesto a servir. Para la gente libre con un profundo sentimiento religioso no puede haber sino una sola respuesta y una sola elección, que los sostendrá siempre hasta el amargo final.

Yo solo soy uno entre muchos, pero tengo una vida que entregar y puedo prestar un servicio a esta gran causa para que, con la ayuda de todos, triunfe en el final. Todos mis familiares y amigos marcharán pronto hacia la libertad y la decencia bajo las barras y estrellas. Por eso, Señor Presidente, le presento respetuosamente esta petición para preguntarle ¿me permitiría unirme a su lucha contra la tiranía y la opresión?

En la actualidad esto se me ha negado, porque cuando me escapé del Reich en 1939 yo era un súbdito británico. Vine a Estados Unidos con mi madre irlandesa para reunirme con mis familiares. Al mismo tiempo me ofrecieron un contrato para escribir y dar conferencias en los Estados Unidos y la presión no me dejó tiempo necesario para solicitar la admisión en el contingente. Tenía por lo tanto, que venir como visitante.

He tratado de unirme a las fuerzas británicas, pero mi éxito como conferenciante me ha convertido probablemente, en uno de los mejores oradores políticos con la policía teniendo que controlar frecuentemente a multitudes clamorosas en Boston, Chicago y otras ciudades. Esto provocó en las autoridades británicas una respuesta negativa a mi petición.

Los británicos son un pueblo estrecho de miras al mismo tiempo que amables y corteses, es mi impresión errónea o acertada, y creo que a la larga no podrían sentir simpatía por una persona con mi nombre.

El alto costo del procedimiento legal británico que exigiría cambiarme el nombre es una solución que escapa a mis posibilidades financieras. Al mismo tiempo, dudo que el Ejército canadiense facilitase mi entrada en sus fuerzas armadas. Tal y como están las cosas, y sin ninguna orientación oficial, me parece que tratar de alistarme como sobrino de Hitler es algo que requiere una extraña clase de valentía que soy incapaz de reunir, privado de cualquier apoyo oficial.

En cuanto a mi integridad, solo puedo decir que es una cuestión que consta y se puede comparar de alguna forma al espíritu previsor con el que usted,  por cada ingenio se conoce el arte de gobernar, arrancó del Congreso Americano esas armas que hoy son la gran defensa de la Nación en esta crisis.

También puedo reflejar aquí que en un momento de gran complacencia e ignorancia traté de hacer las cosas que, como cristiano, sabía que eran lo correcto. Como fugitivo de la Gestapo advertí a Francia a través de la prensa que Hitler planeaba invadirla ese mismo año. También avisé al pueblo británico por los mismos medios de que la llamada "solución" de Munich era un mito que traería terribles consecuencias.

A mi llegada a Estados Unidos, informé a la prensa de que Hitler perdería a su Frankenstein en la civilización de ese año. Aunque nadie hizo caso a lo que dije, seguí dando conferencias y escribiendo en los Estados Unidos.

Ahora, el tiempo de escribir y hablar ha pasado y solo soy consciente de la gran deuda que mi madre y yo debemos a los Estados Unidos. Más que ninguna otra cosa me gustaría ver pronto el combate activo y por lo tanto, ser aceptado por mis amigos y compañeros como uno más en esta gran lucha por la libertad.

Su simple decisión favorable garantiza que el benévolo espíritu del pueblo americano, del que me siento parte, continua. Con el mayor de los respetos, le aseguro Señor Presidente que al igual que hice en el pasado, haría todo lo posible en el futuro para ser digno del gran honor que me se me concediera, con la certeza de que mis esfuerzos a favor de los grandes principios de la democracia serán al menos comparados a las acciones de muchos individuos que por largo tiempo han sido indignos del  privilegio de llamarse a sí mismos americanos.

Por lo tanto, ¿puedo aventurarme a esperar, Señor Presidente, que en la confusión de este enorme conflicto no rechazará mi petición por razones de las que yo no soy de responsable?

Para mí no podría haber mayor honor que servirle, y mayor privilegio que haber luchado y ser parte de la construcción del título con el que pasará a la posteridad como el más grande libertador del sufrimiento humano en la historia de la política. Sería feliz de darle cualquier información adicional que pueda ser requerida, y me tomo la libertad de adjuntar una circular que contiene  algunos detalles sobe mi mismo.

Permítame, Sr. Presidente, expresar mis mejores deseos para su salud y felicidad, junto con la esperanza de que pronto pueda liderar a todos los hombres del mundo que creen en la decencia hasta una victoria gloriosa.
Suyo sinceramente, 
Patrick Hitler

 William Patrick Hitler jurando al ser admitido en la Marina norteamericana en 1944.


Finalmente en 1944 le concedieron los permisos necesarios para alistarse y lo hizo en la Armada norteamericana. Según una historia publicada en un periódico en la época de su reclutamiento, cuando fue con el oficial del servicio militar y se presentó, el oficial de reclutamiento contestó, en tono claramente jocoso: "Encantado de verle, señor Hitler, mi nombre es Hess". (Fuente: Wikipedia)

Una vez finalizada la segunda guerra mundial, William Hitler se casó y cambió su "complicado de llevar" apellido paterno por el de Stuart-Houston. Vivió (y tuvo hijos) en la localidad de Patchoge, Estados Unidos, en donde murió el 14 de julio de 1987.

William Patrick Hitler en la Marina norteamericana.



domingo, 18 de marzo de 2012

El día que los norteamericanos simularon buscar a Hitler

Foto superior: la 3ª divisón de Infantería norteamericana celebra la destrucción del Berghof. 
Foto inferior: Hitler y amigos en la misma terraza y con las mismas montañas de fondo.

El día que los rusos entraban en Berlín convencidos de poder encontrar a Adolf Hitler, los aliados miraban para otro lado y dejaban al ejército rojo con el dudoso privilegio de salir en la foto de la "no captura" del Führer. Semejante esfuerzo en pos de eliminar a Hitler y todo lo que representaba para que finalmente decidieran no ir a Berlín a buscarlo y dirigirse en cambio al Berghof ubicado en Berchtesgaden, el refugio alpino del dictador, conocido también como el "Nido del Aguila".
Los rusos "compraron" la idea que les tiraron sobre la mesa los norteamericanos: ir a Berlín, capturar a Hitler y salir en la foto como los salvadores del mundo contra la tiranía (como si Stalin no fuera un dictador). Pero la "providencia" quiso que los rusos nunca encontraran a Hitler en Berlín, mientras que los aliados (con los norteamericanos a la cabeza) se divertían en el Berghof bombardeando y derrumbando todo lo que encontraban a su paso, previo saqueo del lugar.
Si los norteamericanos creyeron realmente que Hitler iba a cometer la torpeza de "esconderse" allí, habrían pecado de inocencia galopante, pero... en realidad no sólo no lo creían, sino que además sabían perfectamente que Hitler no estaba en el lugar.

El "Nido del Aguila" antes y después de su destrucción.

De esa manera los aliados se "evitaban" el problema de atrapar a Hitler y dejaban en exposición a los rusos ante el mundo como los únicos responsables de no encontrarlo y, como si fuera poco, permitir que de un modo u otro logre escapar. Extraña (o no tanto) la actitud oficial de norteamericanos e ingleses de dejar entrar a Berlín a los rusos mientras que ellos se dedicaban a destruír la fortaleza inexpugnable de Hitler en Los Alpes.

Mientras el mundo respiraba con alivio por el suicidio y la posterior captura del cadáver de Hitler en Berlín, los aliados y los cerebros de la organización Odessa ya se frotaban las manos a sabiendas de la protección de la que gozaba el líder del Tercer Reich, destinado a durar mil años. Los lingotes de oro del tesoro de Hungría que Hitler había enviado a la estación de trenes de Linz (en dos vagones completos) ya estaban en camino a las arcas norteamericanas, al tiempo que los aliados con la 3ª División de Infantería norteamericana distraían al mundo entero el 22 de Junio de 1945 destruyendo la residencia montañesa de Hitler. Mientras tanto, los rusos se seguían preguntando: "pero...¿Nos han tomado por idiotas?". Todo parece indicar que sí...

La misma habitación del Berghof en su máximo esplendor y tras los bombardeos aliados.

¿Había que dejar escapar a Hitler?... ups... sí.

domingo, 5 de febrero de 2012

William Joyce: El traidor del micrófono

En la sección "Esto pasó" de la edición 534 de la revista "Todo es Historia", correspondiente al mes de enero de 2012, Ana Arias ha publicado una muy interesante nota sobre un oscuro personaje del que no muchos tienen conocimiento y que ha sido protagonista de una historia digna de una película. Comparto en este espacio la transcripción del artículo citado.

 William Joyce, conocido como lord Haw Haw, o "el traidor del micrófono".

Ejecutan por nazi a lord Haw Haw.
Hacia 1940 más de 5.000.000 de personas escuchaban diariamente el programa de radio dirigido por Lord Haw Haw y otros 18.000.000 lo oían ocasionalmente. La mayor parte de sus oyentes eran ingleses, pero más tarde también se fueron sumando los soldados de las fuerzas aliadas estadounidenses, canadienses y australianos. El programa, transmitido desde Alemania a partir de septiembre de 1939, comenzaba con la frase Germany Calling (Alemania llamando) y funcionó como arma de guerra que intentaba desmoralizar a los británicos, desmotivar a las fuerzas aliadas e impulsarlos a aceptar las condiciones de paz exigidas por el nazismo, al tiempo que auguraba el futuro derrumbe del Reino Unido. Empleando las técnicas de propaganda, se daba información falsa mezclada con la verdadera: hundimiento de barcos, bombardeo de poblaciones, aviones derribados, número de víctimas.
El hombre que dirigía la programación y que hablaba con un tono metálico y burlón, era William Joyce, apodado lord Haw Haw y conocido como el traidor del micrófono. El apodo había sido empleado para nombrar a distintos locutores de los programas de propaganda de las radios alemanas, pero finalmente se aplicó exclusivamente a Joyce y se cree que tenía relación con su acento, fuertemente nasal, probablemente a causa de haber sufrido la rotura de la nariz durante una pelea en la escuela.
¿Quién era Joyce? Hijo de un comerciante inglés protestante y de madre irlandesa católica que habían emigrado a los Estados Unidos, nació en 1906. A los quince años viajó a Inglaterra y continuó sus estudios logrando altas calificaciones en historia y literatura. En su época de estudiante comenzó a relacionarse con grupos fascistas y antisemitas británicos y llegó a ofrecer sus servicios al gobierno para luchar contra los irlandeses y hasta contra los Estados Unidos. En 1932 ingresó en la Unión Británica Fascista donde se destacó como orador, haciendo gala de un discurso fuertemente provocador, mordaz e insultante y terminó fundando su propia liga, financiada por Hitler. En 1939 viajó a Alemania, obtuvo la nacionalidad y rápidamente comenzó a trabajar como locutor en el programa de radio más importante que se dirigía a los ingleses, en su propia lengua. Aunque la audición era ilegal, sus millones de oyentes lo seguían porque, en medio del conflicto la información brindada por el gobierno inglés estaba muy restringida y se esperaba obtener otros datos, aunque vinieran del enemigo.
Lord Haw Haw logró crear la leyenda de que conocía por completo todos los movimientos militares y políticos. El 30 de abril de 1945 realizó la última transmisión desde Hamburgo, mientras se producía la caída de Berlín, advirtiendo sobre el peligro soviético y lanzando un Heil Hitler de despedida. Mientras intentaba huír fue detenido, según se dice, identificado por su propia voz, reconocida por un empleado ferroviario. Fue juzgado por alta traición y ejecutado el 3 de enero de 1946, aunque en el juicio se produjo una controversia acerca de su verdadera nacionalidad.

William Joyce en plena actividad de difusión del nazismo y tras ser detenido por las tropas británicas.



Artículo escrito por Ana Arias, extraído de la edición 534 de la Revista "Todo es Historia" correspondiente al mes de enero de 2012.
Visitá: http://www.todoeshistoria.com.ar/